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Ermita de la Ina, levantada para recordar la hazaña |
En 1339 el rey de Ronda y Algeciras, Abdul Melek, decidió cercar Jerez de la Frontera, por entonces principal ciudad del bajo Guadalquivir (con permiso de Sevilla, cabeza del reino y, casi, de toda la Península). El príncipe tuerto –pues así apodaban al de Ronda- asoló la campiña jerezana y cerró su tenaza sobre la ciudad obligando a los vecinos de la villa a enfrentarse en desigual batalla. En aquellos años se encontraba en Jerez Diego Fernández de Herrera, que había estado cautivo varios años y conocía el idioma y las costumbres de los moros. Así que, bien por venganza o por ese heroísmo extraño que a veces surge en el corazón de los hombres, se presentó voluntario para adentrarse en el campamento enemigo y asesinar al príncipe tuerto. Disfrazado de moro cruzó el río Salado y se internó en el campamento enemigo, esperando que los jerezanos lanzaran un falso ataque que hiciera a los moros salir de sus tiendas y continuar la lucha. Al amanecer de esa misa noche, los de Jerez pusieron en marcha el plan y cuando el Abdul Melek salió de su tienda, Diego Fernández de Herrera se abalanzó sobre él empuñando un rejón con el que logró dar muerte al príncipe y poner en huida a los moros.
Pero su acto no quedó sin castigo y sufrió múltiples heridas que le provocaron la muerte 15 días después, ya en Jerez a dónde milagrosamente logró llegar tras su hazaña, siendo enterrado en la iglesia de San Marcos. En el lugar de la batalla se levanta aún hoy la ermita de La Ina (ayna, presto) en honor a aquel hecho que salvó la ciudad de volver a caer en manos moras.