Vaya por Dios, mi locura me está abandonando y me estoy volviendo un ser tosco, aburrido y previsible. Ya no me creo dios, ni paso calor en diciembre. No sé dónde se habrá ido ese punto de irracional que tenía mi vida últimamente. Quizá sea el cansancio de un año cansado o, quizá, sea que en el fondo soy lo que soy: un ex delgado (eso dicen, yo juraría que siempre fui gordo) encabronado.
Lo único que sé es que necesito encontrar ese punto que hacía que cada día fuera diferente al posterior. Justo ese lugar de la mente en el que la racionalidad se vuelve tan ilógica que todo se hace nuevo, sorprendente, alentador. Quizá haya perdido mi espíritu de Peter Pan, pero creo que no, que simplemente es que necesito descansar las neuronas para dejarle tiempo de desvariar.
Y es que, hasta hoy, no me he dado cuenta de lo dura que es la vida del loco para mantenerse en el nivel adecuado de locura.