Cristóbal acudió a la alcoba del de Alburquerque, en el alcázar, que habitase desde la coronación del joven Pedro como rey. El mismo día que el monarca se ceñía la corona, Cristobal partió a recorrer el reino, buscando apoyos y detractores de Pedro. Leonor había buscado refugio fuera de Sevilla, pero finalmente se había visto obligada a regresar a la ciudad, mientras sus hijos Enrique y Fabrique se hacían fuertes en Algeciras. Además, las órdenes militares se mantenían al lado de Leonor y algunos señores fronterizos se habían encerrado en sus castillos. Aún así, eran mayoría los que se habían posicionado al lado del rey.
-Duque –dijo abrazando al del Alburquerque tras entrar en la estancia-, las nuevas son positivas. Pedro tiene más amigos que enemigos.
-Al menos una buena noticia- respondió abatido el valido del rey.
-¿Por qué decís eso, mi señor?
-El tesoro se está vaciando y no podremos comprar mercedes.
-No importará, Juan, tenemos a los hombres de nuestro lado.
-Leonor controla a las órdenes militares, no importa lo que Pedro crea: no debería olvidar que Fabrique –dijo refiriéndose a uno de los gemelos de Leonor- es maestre de Santiago y que el de Alcantara sigue al lado de esa maldita mujer. Además, Albornoz no parece muy contento con Pedro y corren rumores de que marchará a Roma a buscar apoyo del Santo Padre para derrocarlo, pues no comparte el estilo de vida disoluto de nuestro joven soberano. Y Nuño de Lara, el de Vizcaya, se ha declarado en rebeldía mientras los Adelantados están siendo sustituidos. Pero lo peor es que el rey ha decidido otorgar la Frontera a su primo el infante de Aragón…
-Ha metido al lobo entre las ovejas.
-Y las ciudades están acudiendo a la corte para solicitar al rey que confirme sus privilegios; y los nobles hacen lo mismo aprovechando la debilidad del monarca, así que las arcas no se llenarán.
-Pese a todo ello podrá mantener la corona sin problemas.
-El rey está enfermo.
Cristóbal guardó silencio. No esperaba aquella respuesta pero al instante comprendió la gravedad de la situación.
-¿Peste?- preguntó.
-No lo quiera Nuestro Señor- repuso el del Alburquerque- pero los males enferman al rey y Leonor comienza a mover sus hilos aquí en Sevilla.
-Debiéramos enviarla lejos.
-Así lo ha ordenado el rey, marchará a las tierras de Dª María, la reina.
-Dios la proteja- concluyó Cristóbal previendo lo que estaba por llegar.