Hace unos años que mi vida laboral se ha encaminado a guiar y desde hace algo menos he encontrado un «nicho» de trabajo que se ha convertido en un regalo: los circuitos con mayores. De ellos aprendo mucho cada día y aunque a veces las rutas no sean como uno espera, siempre tienen algo especial.
Sobre todo he aprendido a vivir con vitalidad y a disfrutar de cada instante como si fuera la última oportunidad de hacerlo. Ese espíritu de lanzarse el primero a subir la cuesta de Arcos sin importar la edad que marque su DNI; esa cara de sorpresa o ilusión ante cada nuevo descubrimiento que las rutas les ofrecía.
Con ellos se trabaja más pausado, más lento, buscando un ritmo que no convierta sus vacaciones en una yincana cultural. Pero aun así vemos todo o casi todo, disfrutando al saber que aquello que cuento lo oyen con alegría y ganas de saber. Eso no siempre se encuentra en una ruta de otro tipo. A veces, quienes están en estos grupos organizados lo que desean es, simplemente, pasar el rato. Pero ellos no; al menos aquellos con los que he topado. Ellos buscan saber, conocer, descubrir cada rincón para volver una vez más el próximo año.
Y ese descubrimiento continúo es maravillo. Además, me lleva redescubrir las ciudades a través de su mirada y eso hace que cada día de trabajo se convierta en un día nuevo, en una ruta nueva, en una experiencia nueva.