Durante mucho tiempo, traté de agradar a quién se acercaba a mi. Tanto, que llegó un momento en el que comencé a verme a mí mismo como humo. Una simple fachada vacía, que ocultaba nada. Y eso, durante años, fue minandome; hasta hacerme perder el norte y olvidarme de quién soy realmente. Pero, hace unos años, me redescubrí de la mano de una persona que ya no está en mi vida. Y me di cuenta de lo importante que es ser uno, sin miedos, sin complejos, sin mentiras.
Y así es como trato de ser ahora: llevando la verdad por delante para que SER y PARECER SER sean lo mismo. Aprendí a dejar de morderme la lengua, a hablar sin complejos de mis sentimientos, de mis gustas (que eran míos, aunque otros no lo compartieran) y eso me condujo a la felicidad. A la real. A la que te permite ser completo sin necesidad de parecer ser lo que a tu grupo/pareja/familia le gustaría que fueras.
Pero eso me ha llevado a pensar en algo mucho más profundo e importante: lo triste que es necesitando tener que agradar a los demás. Sin ser capaces de ser nosotros mismos y tener que quedarnos en el «si te gusta a ti, me gusta a mi». No. A ti tienen que gustarte lo que te guste y yo tan solo debo respetar tus gustos. Y a la inversa.
Ya no necesito recibir el beneplácito de nadie para decir que me gusta leer, que disfruto con comedias tontas y con Masterchef, que no trago Gran Hermano pero me rio con First Date. Que me gusta el jazz, pero también escucho «El canto del loco». Que disfruto con mi trabajo, que el dinero es un mal necesario y yo me quedo con la calidad de vida; que tengo grandes amigos que son los que he elegido tener y que me muestran cada día que son hermanos de vida, que no de sangre. Que soy católico y no se me caen los anillos por decirlo; y que Pablo Iglesias me parece el peor cáncer político que nos ha tocado sufrir.
Sí, ahora sé que soy quién soy y eso me hace ser más fuerte, me ayuda a escribir con mayor verdad y, sobre todo, me permite decir que nunca más seré quién otros quieran que sea. Soy y seré yo. Y quién me quiera cerca, que me acepte o se aguante.
Hola. Me alegra de que vuelvas a escribir. Decirte que yo te conocí como quieres ser ahora, tú mismo.
Me gustaMe gusta
Hay que ser uno mismo.
Me gustaMe gusta