«Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer”
(«La conjura de los necios», John Kennedy Toole)
Esta frase dice tanto por sí misma que casi no necesita ser comentada, pero curiosamente siempre me ha dado mucho que pensar: ¿son dos, tres o cuatro los caminos que podemos recorrer? Desde la primera vez que me lo pregunté hasta hoy mi visión de la vida ha cambiado mucho. Antes, hace diez o quince años, estaba totalmente de acuerdo con ella: son tres los caminos que podemos recorrer, porque muchas veces nos imponen una senda por la que ir, que no sería la que nosotros elegiríamos libremente.
Ahora, quizá por ser más viejo o por haber «andado» mucho, me doy cuenta que esos caminos se entremezclan y, sin querer y sin saberlo, nos permiten recorrer un cuarto sendero: el que abrimos machete en mano. Con nuestros estudios, nuestras decisiones, con la fuerza de voluntad de enfrentarse a la adversidad y vencerla. Una cuarta vía que no siempre es visible pero que se convierte en la única que transitamos; una vía que a veces es buena, otras malas, o míseras o fantásticas pero que es la nuestra. No la que nos han dejado recorrer; la que hemos decidido recorrer aunque nos hayan impuesto otra. Esa a la que hemos llegado al salir corriendo en un recodo, o tras escondernos tras «una piedra», aunque los necios siempre pensaran que no seríamos capaces de hacerlo.
Eso sí lo tengo claro: cuando no alcanzamos ese sendero, el nuestro, no es porque nos hayan obligado a ello, es porque nosotros mismos hemos acabado aceptando como válidas esas necedades que niegan nuestra capacidad. Nos hemos convertido en necios, silenciosos y anodinos, que caminamos por la tercera vía (la que nos dejan recorrer) por comodidad, por infravalorarnos, por vaguedad. Pero cuando somos capaces de sobreponernos a esa necedad, entonces, sí que somos capaces de convertir los obstáculos en ventajas y abrir ese camino que solo Dios sabe dónde nos llevará.
Eso sí lo tengo claro: cuando no alcanzamos ese sendero, el nuestro, no es porque nos hayan obligado a ello, es porque nosotros mismos hemos acabado aceptando como válidas esas necedades que niegan nuestra capacidad. Nos hemos convertido en necios, silenciosos y anodinos, que caminamos por la tercera vía (la que nos dejan recorrer) por comodidad, por infravalorarnos, por vaguedad. Pero cuando somos capaces de sobreponernos a esa necedad, entonces, sí que somos capaces de convertir los obstáculos en ventajas y abrir ese camino que solo Dios sabe dónde nos llevará.
Sea como sea, esta frase es una de las que más me ha dado que pensar en mis miles (parece mentira con lo poco que este año reseño) de lecturas.