A veces llueve sobre mojado. El agua se agolpa sobre la ropa y los huesos se calan con ese frío intenso que no terminar de quitarse. Ese que dura días dejando una sensación de malestar interior que atenaza los pensamientos y ensordece la razón.
A veces, esa lluvia continua y fina causa estragos en la vitalidad y, como el tiempo, uno oscurece su existencia, volviendo gris lo que tiene alrededor sin pensar que el color llega a través de la alegría de quienes le rodean. Pero, aún así, la tristeza se une a la fina lluvia que cala, que llena vasos de paciencia infinita y terminan rebosando por dónde menos deben, provocando una gran riada de sentimientos que golpean con fuerza los pilares de la existencia.
Y cuando esos pilares no son fuertes, terminan rompiéndose . Y, entonces, sube la marea con fuerza, arrastrándote al fondo hasta que logras asirte con fuerza a uno de esos pilares luminosos que se agolpan a tu alrededor. Paraguas que terminan secando el alma con sus risas y bromas; que se convierten en el techo seguro bajo el que cobijarse.
Y otras veces, simplemente, te mojas deseando que llegue el verano definitivamente, mirando el tiempo mientras rezas para que se vayan las nubes y suba la temperatura y poder irte a la playa.