![]() |
Foto: Rosa R. Galisteo |
Juega el niño con su burbuja, disfrutando de cada color reflejado en la delgada barrera que la separa del nada. Juega ausente de problemas, incapaz de ver que ocurrirá cuando llegue a sus manos inocentes. Mirando a través de ella para ver distorsionado el mundo que le rodea, el que está fuera de la burbuja que desciende ante él. El que habitan sus padres, sus abuelos, el artista ambulante que ha creado la única obra de arte que quiere tener el niño.
Ese mundo que, convertido en burbuja inmensa se ha transformado ante los asombrados ojos de adultos no tan inocentes, que han visto reventarse entre sus dedos la delgada línea que les separaba de la nada. Que han visto como su mundo, el del bienestar creado a base de mentiras hipotecarías, desaparece para quedarse en la verdad.
La verdad de un país que ha creído ser rico, sin recordar que es el Norte del Sur, el más pobre entre los ricos, el más rico entre los pobres. Que ha hecho creer a sus habitantes que eran niños inocentes que jugaban con burbujas irrompibles creadas por el artista gubernamental.
Niños que ahora lloran, como llora el niño en el parque al ver que la burbuja revienta entre sus menudos dedos.