Debo ser raro, mucho. De otra forma no se entiende que un viernes por la noche este en casa, pegado al ordenador y transcribiendo documentación de los siglos XV y XVI. También es cierto que ando terminando la tesis -¡que ya es hora!-, pero esa no es la razón para que ignore el partido de fútbol ni me conecte a ver la 9ª temporada de 24.
La verdadera razón es que me gusta lo que hago. Adentrarme en esas letras laberínticas que se enlazan para esconder la Historia, con mayúsculas, de nuestro país. Pero también la historia pequeña, como cuando, de pronto, te encuentras con la descripción física de alguno de los individuos que estudias. Y, en ese momento y casi por arte de magia, ves el rostro de uno de esos que han compartido noches de insomnio contigo desde que comenzaste la tesis, y ves sus sueños de mejorar y vivir, de buscar un trabajo, de labrarse un porvenir, tal y como hago yo.
Es el caso de Gregorio Gentil, que en 1590 quiere ser maestre/piloto y poder marchar a América. Ese que, de buen cuerpo, rostro moreno y la senal de una quemadura en el carrillo dereyo.
Y así ando en esta noche de viernes, charlando ficticiamente con el joven marino de la quemadura. Hablando de Cádiz, de los problemas de aquella villa y de los que hoy la embargan. Hablando del mar, de la conquista de América, de productos y gentes.
Sí, creo que esa es la realidad por la que no me pesa sentarme un viernes -o un lunes, tanto da- con la tesis. Siempre me gustó hablar y no hago otra cosa más que conversar con gaditanos desaparecidos hace mucho tiempo y que, en cada uno de esos documentos, vuelven a la vida para mí.