Hay personas que merecen recibir homenajes continuos. Por su labor en el campo que sea o por su forma de ser. Y Pilar Paz Pasamar es la que lo merece por ambas cosas. La niña genial, que dijo Juan Ramón Jiménez, la pequeña del grupo Platero, se hizo grande en sus letras.
Una poeta maravillosa, de las mejores plumas españolas del siglo XX, que antepuso su familia -y Cádiz- al vivir de sus letras. Que cambió la loas por los biberones y que hizo de Cadiz su casa y su hogar.
Pilar, que este año está «nominada» al Premio Príncipe de Asturias, recibió ayer un cálido homenaje y yo, que la he tenido como «jefa» durante 5 años, no quise faltar. Ya que, por encima de su poesía, Pilar es de esas personas que se hacen querer: siempre con la sonrisa en la boca, siempre con palabras de cariño, y con una vitalidad que muchos querríamos a su edad.
No sé si le darán el premio, lo dudo, aún así si sé que merece todo el reconocimiento del mundo y todos los homenajes en vida que merece alguien de su categoría.
Violencia Inmóvil
Tú sabes la verdad del mundo, Loco mío,
y cómo has de entregarla lejano y maniatado,
en Cruz, como las aspas de un molino empinado
en solitaria calma y aparente desvío.
De lejos parecías un aquietado río
incapaz de abarcarnos con tus brazos atados,
pero de cerca fuiste un viento desatado,
blandiendo las espigas e incendiando el estío.
De lejos parecías quieto, sin movimiento,
que eras como ese mar pacífico de al lado
y me acerqué esquivándome de su salpicadura…
Y entonces me abarcaste, me cegaste violento…
¡Gracias, Señor, te doy por haberme golpeado!
¡Gracias, por derribarme de la cabalgadura