
Pero también Fez ha tenido su encanto, pese al olor que desprendía la Medina. El de la ciudad laberíntica, en la que es imposible no perderse; en la que se encuentran colores a pesar de la grisacea tonalidad que le acompaña. Una ciudad de olores intensos, casi siempre desagradables pero, a veces, exóticos, diferentes, apetitosos. Esa ciudad en la que se mezcla lo bueno y lo malo. Los rincones bucólicos sacados del pasado medieval, con la modernidad. En el que te cruzas un burro cargado de fruta o saltas bolsas de basura. Esa Medina llena de puestos en los que ver y sentir.
Y, por ultimo, ese pequeño pueblo pesquero, Moulay Bousselham, que tanto recordaba a Conil o cualquiera de nuestra provincia. Con una playa enorme y virgen desgraciadamente descuidada.
Así que sí, con algo de perspectiva, puedo decir que Marruecos me ha gustado, y que mis malos momentos con la comida han empañado la realidad de lo vivido y visto. Aún así, necesitaré que pasen unos años para volver.