Con cien cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar sino vuela,
un velero bergantin;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.
El inicio del romance de «La Canción del Pirata» de José de Espronceda es, quizá, uno de esos fragmentos de poesía patria que todos los que ya podemos decir «pues en mis tiempos…» recordamos. La historia de tu temible pirata español que vencía a los ingleses allí donde se topasen. Lo que quizá menos sepan es que Espronceda se basó en una figura contemporánea a sus días: Benito de Soto, el del último pirata del siglo XIX.
Un joven de 20 años que, en 1829 y frente a las costas de Brasil, decide amotinarse, junto a 39 compañeros, haciéndose con el mando del «Defensor de Pedro» y declarando la guerra a Inglaterra. Junto a Benito de Soto, se sitúan hombres curtidos en el mar y jóvenes aventureros, románticos, y algo locos como el francés Víctor Saint Cyr de Barbazan del que se decía:
… entraba alegre al abordaje, con un hacha en la mano, cantando canciones dionisíacas y tocado con un sombrero de mujer. En la hora del botín no le interesaba el dinero ni las ricas mercaderías. Sólo le interesaban las bellas prisioneras. Era un pirata galante y apasionado, y en la lucha mostraba mayor crueldad que el mismo Benito Soto. Pero con las damas, aun en medio del horror, quería recordar que sus abuelos habían bailado en Versalles.
Seis meses después del motín, y con grandes riquezas acumuladas en sus bodegas tras los asaltos caribeños, deciden buscar refugio en las costas norteafricanas, pero el destino les llevaría a encallar en las playas de Cádiz, a la altura del Ventorrillo el Chato. Durante días se pasean libremente por la ciudad hasta que, en enero de 1830, las autoridades españolas deciden terminar con su libertad -en parte como castigo al motín, en parte por la presión de los ingleses-, y son detenidos 12 de ellos (no Benito de Soto, que huye siendo detenido en Gibraltar) y ajusticiados públicamente. El resto de la tripulación logra huir, dejando escondidos en la playa de San Jose (actual Isecotel)
Aquellos duros antiguos
que tanto dieron que hablar
que se encontraba la gente
a la orillita del mar
después de que un trabajador de la almadraba de Cádiz los descubriese en la mañana del 2 de junio de 1904.
La tripulación del Defensor de Pedro fue detenida y pojuzgados y sentenciados a muerte en la horca para posteriormente ser decapitados. Sus cabezas fueron expuestas en unas picas en las murallas de la ciudad. Solamente dos miembros de la tripulación fueron condenados a cárcel. Benito Soto Aboal fue un pirata sanguinario que no respetaba ninguna vida humana. También es dudoso que los \»Duros antiguos\» fuera parte del botín del barco de estos piratas ya que estas monedas son muy anteriores a los acontecimientos de estos piratas.
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