Hay momentos, fechas y lugares que quedan marcados a fuego en la historia. El año 206 a.C es uno de ellos. En plena II Guerra Púnica, con Escipión el Africano camino de Cartago, la ciudad de Gadir cambiaba de bando para rematar a la armada cartaginesa. Cierto, que dicho así parece una traición sin fundamento, pero el poder de Roma y la tiranía del cartaginés Magon fueron causas suficientes para cerrar las puertas de la ciudad a la armada norteafricana.
La ciudad debió ser un hervidero de noticas, de corrillos y de discusiones, pero el expolio realizado por Magón y los suyos en los templos locales debió terminar de convencer a los pro-cartagineses de que la alianza con Roma era lo más adecuado. También debió ayudar en ese cambio de mentalidad la crueldad con la que un primer conato de cerrar la ciudad a los cartagineses fue cortado de raíz, siendo tres importantes magistrados gaditanos trasladados a Cartago y condenados a la muerte por alta traición.
Además, hasta Gadir debieron llegar noticias de la represión ejercida por Roma contra aquellos que se oponían a sus intereses y del rápido avance hacia el sur, que hacía prever que Cartago terminaría cayendo. Así, en el 206 a.C. y tras un breve lapsus de tiempo en el que Magón Barca mantuvo el control de la ciudad, ésta cerró sus puertas. Magón había enviado a su general Hanón en búsqueda de más riquezas con la que pagar y contratar nuevos soldados, pero sus tropas fueron descubiertos por el general Cayo Lucio Marcio Séptimo y derrotados cerca del Guadalquivir, siendo empujados a la costa. Fue entonces cuando Magón cometió el error que los gaditanos esperaban para actuar: al mando de 60 buques partió en una expedición de rescate. En ese momento la ciudad de Gadir entraba ya en contacto con el general Marcio y llegaba al acuerdo de entregar la villa al Imperio. Cuando Magón volvió se encontró la ciudad cerrada y, acosado por la armada romana, se vio obligado a retirarse a las Baleares, desde dónde intentaría un nuevo asalto a Italia.
Gadir entraba así en la órbita romana, con un tratado que hoy no conservamos y que, según el propio Tito Livio, quizá nunca llegó a firmarse. No importaba: las rutas comerciales romanas se abrían al comercio gaditano y la ciudad, al calor de su templo, de las salazones y el garum; de sus comerciantes y militares, fue alcanzando el poder y el nombre que le correspondía.