Los taxistas fueron llegando uno a uno a la comisaria. Todos repitieron a pie juntillas lo que habían narrado al ser interrogados en la primera ocasión: habían recogido al cliente y lo habían dejado en su destino. Punto.
-Demasiado conciso, demasiado rápido –repetía Navarro una y otra vez cuando Juan Ramón, el joven policía que los había entrevistado, le daba los resultados.
Pero ninguno de ellos fue capaz de dar más datos. Y eso intrigó a Navarro. Su experiencia le decía que, transcurrido un tiempo desde los hechos, los datos se difuminaban en la mente de quienes lo vivieron pero, a su vez, solían proporcionar más información. Pero ninguno de los tres taxistas implicados fue capaz de dar ni un solo dato más y, lo más inquietante: repetían palabra por palabra la primera declaración.
-Hay gato encerrado –le dijo Navarro a Echevarría- No es normal que no cambien ni una sola coma de su declaración inicial. ¡Han pasado cuatro años en el caso del primero novio de Elena! Algo no cuadra –se levantó y paseó por el pequeño despacho, esperando una llamada de teléfono que no llegaba-. Es como si se hubieran aprendido el discurso de memoria, grabándolo a fuego en el coco y solo fueran capaces de repetirlo sin más.
-¿Y si reunimos a los tres? Quizá podamos sacar algo en claro.
-Veamos- dijo levantando el teléfono- Juanra ¿se han ido ya los taxistas? Bien, bien. Condúcelos a la sala de reuniones. Sí, sí, a los tres. Nosotros vamos para allá en seguida. Sal con alguna excusa, déjalos solos cinco minutos antes de volver a entrar. A ver si así se les suelta la lengua –colgó el teléfono antes de volver a marcar -. Buenos días, soy el Inspector Navarro, deseaba saber si tienen alguna novedad ¿No? ¿De verdad ningún taxista hizo el recorrido? Sigan buscando, por favor, puede ser importante para la investigación. No, no, eso debe quedar claro, no le buscamos porqué esté implicado, simplemente puede ser un testigo de importancia para resolver una desaparición. Si, gracias. Volveré a llamar.
-¿Nada? –preguntó el forense atusándose la larga trenza que le caía sobre el hombro-. Quizá no tomó un taxi después de todo.
-No lo sé, pero hay que intentarlo. Vamos a hablar con el resto.
Se levantó y caminó hasta la sala de reuniones. Se detuvo ante la puerta, donde Juan Ramón les estaba esperando con la cara blanca, observando cómo dos sanitarios salían de la sala llevando una camilla.
-No os lo vais a creer –les dijo- no sé qué ha pasado en esos cinco minutos que me pedisteis, pero se han peleado entre ellos.