Hacía tiempo que no daba un paseo en bici de esos que luego dejan el cuerpo resentido. Mucho más aún que no recorría el camino de «los laguitos», el que sale del campo de las vacas para llegar hasta el puerto junto al río. Y hoy lo he vuelto a hacer, en compañía de mis sobrinos he recorrido un camino que he realizado muchas veces. Parando aquí y allí para recordar vivencias y momentos de tiempos pasados.
El río, aquel río que antes estaba lleno y al que nos lanzabamos inconscientemente sin pensar en la limpieza del agua. El puerto, con las calas a las que ibamos andando entre las rocas para bañarnos y bucear; la gran roca que aún hoy esconde los restos de una ballena que, para nosotros, supuso un descubrimiento arqueológico sin precendentes: era nuestro secreto, un secreto a voces que muchos conocían.
Vivencias y momentos que han marcado mi pasado y me han hecho ser lo que soy. Momentos que han conformado mi historia, mis experiencias, mis amistades incluso. Recorriendo los pinares que rodean la urbanización en la que crecí, me doy cuenta que yo formo parte de ella y ella de mí. Que haber vivido entre aquellos pinares, rodeado de campo y «asalvajado» los fines de semana y fiestas de guardar, me pemitió tener una infancia que fue infancia. Quizá esa sea la razón de haber forjado una amistad diferente con los amigos; una amistad real, sin dobles intenciones, sin trasnforndos; una amistad que se extiende en el tiempo y que no conoce de distancias para mantenerse viva.