A veces, me siento con la muerte a charlar sobre la vida. Le miro a los ojos sabiendo que es la única compañera de viaje que no me fallará y que siempre estará ahí, presente, esperando el momento de hacernos uno y bailar eternamente. La dulce señora que arrulla nuestros sueños de grandeza que nos permite creernos inmortales para un día cualquiera recordarnos la pequeñez del ser humano. La que se ríe de nuestros miedos sabiendo que tras su llegada sólo habrá felicidad: ya nada será necesario. La vida, prisión finita que atenaza nuestros sentidos, será vencida por la graciosa dama de la guadaña, que silenciará nuestros temores para toda la eternidad
Cada noche, llegada la hora del sueño, me siento al borde de la cama y recuerdo el día. “Un días más”, piensan muchos sonriendo alegres por la falsa victoria. “Un día menos” me digo yo, sabiendo que cada vivido conociendo la verdad me hace más fuerte y me da más razones para disfrutar de cada pequeña sorpresa que se cruce en mi camino; me da fuerzas para sobreponerme a los pesares; me da ganas de vivir el siguiente día sabiendo que podrá ser el último. Porque sé que, mañana, pasado o ahora, la muerte se apartará para dejarme cruzar hasta la eternidad.