El Negro del Harem

Todos miraron al joven negro que señalaba Fat. No muy alto, fuerte, con el pelo rizado y cara de pocos amigos devolvió altivo la mirada, deteniéndose en cada uno de los rostros. Y, entonces, abrió la boca y una inmensa y blanca sonrisa ocupó su rostro. -¿Venís a matar a Sepin? No debería dejaros, esSigue leyendo «El Negro del Harem»

La Marabunta

Los hombres habían logrado subir y ahora, al unisono, tiraban de la cuerda que elevaba un pesado cuerpo desde el suelo. -¡Más fuerte!¡Más rápido!¡Más suave!- gritaba Fat en cada sacudida-¡Malnacidos! ¿queréis enfadarme?¡lo estáis consiguiendo! Pero los piratas ignoraban las maldiciones del capitán, subiendo pesadamente el redondo cuerpo de su jefe apostaban sobre la posibilidad deSigue leyendo «La Marabunta»

La Marabunta

El Nutria y Mamonuth continuaban su caminar en busca del origen del ruido cuando unas sombras se cruzaron en las zonas iluminadas por sus antorchas. -¡Un hombre lobo!- gritó Mamonuth ante el asombro de El Nutria. -¡Y una mierda!- respondió Borougth saliendo de la oscuridad –Somos nosotros. El lago termina aquí. -El ruido nos traeSigue leyendo «La Marabunta»

En la boca del Infierno

El Capitán Fat miró de soslayo a Borought, comprendiendo que su amigo tenía razón. El mismo se había amotinado contra su primer capitán después de un discurso más alentador que el suyo. Aún así, Fat confiaba en sus hombres, sabía que nada podría separarlos de La Marabunta y que, llegado el caso, todos aportarían suSigue leyendo «En la boca del Infierno»

En la boca del Infierno

Fat fue el último en llegar a la Puerta del Infierno, sus hombres esperaban sentados, riendo a mandíbula batiente cada broma lanzada sobre Borought y la dureza de su cabeza. Mamonuth rasgaba un pequeño ukele cantando canciones con doble sentido sobre la testa del pirata rubio. Mutambo estaba acariciando su cabello, allí donde la bombaSigue leyendo «En la boca del Infierno»

A las puertas del Infierno

El capitán Fat pareció transformarse sobre el puente. Los hombres miraban silenciosos como comenzaba a dar órdenes, con el piloto Marco Antonio a su diestra y la feroz Vasques a su siniestra. -¡Rubia! Esparce serrín por la cubierta- ordenó. -Ni que fuera una esclava- exclamó la esclava Rubia, mientras la antigua prostituta repartía piña coladaSigue leyendo «A las puertas del Infierno»