Siempre fui muy lógico. Razonaba cada paso dado sabiendo que cada acción tiene su reacción y que es eso, la consecuencia, lo que marca el destino de mi camino vital. Un camino que recorría tranquilo, inflexible a una máxima: no importa por dónde vaya ahora, mi camino comenzó ayer.
Pero llevo un tiempo que me dejo llevar; que no pienso tanto en mis actos y sus consecuencias y dejo que sea el alma -llámalo corazón si quieres- la que decida que senda escoger. Y ha escogido recovecos, atajos, callejones peligrosos y playas anchas; ha decidido empujarme a un camino que nunca pensé que seguiría porque la razón, esa que siempre mandó en mi vida, me gritaba que estaba mal; que me caería, que dolería.
Pero el alma mandó señales más fuertes y hoy, si hubo miedo, sólo queda esperanza y sueños conjuntos.