Salir una noche en cualquier lugar de España permite comprobar el buitreo baboso que ha obligado a elevar eslóganes de «no es no». Pero es que ese «no es no» ya implica una violencia hacia la persona, que se ve obligada a rechazar algo que no ha buscado. Y eso deberíamos evitarlo. Aunque para eso es necesario recuperar valores y ahondar en una educación afectivo-sexual que lleve a buenas prácticas y al respeto y tolerancia a las personas, sus deseos y sentimientos.
Origen de la palabra Sororidad
Fue él quien en La Tía Tula (1921) emplea por primera vez el término para referirse a la fraternidad entre mujeres. Y lo hace en una de las mejores novelas españolas (está considerada entre las 100 mejores del siglo XX) en la que habla de la represión sexual y del sororato. Una práctica que conllevaba que la viuda debe casarse con el hermano de su difunto marido.
Unamuno defiende La Tía Tula que es necesario crear una fraternidad entre mujeres, que fuera reflejo de la fraternidad entre los hombres. Una idea que ya había establecido en un artículo de ese mismo año: «Sororidad. Ángeles y abejas», publicado en la revista argentina Caras y Caretas (n. 1171, p. 55, 12 de marzo de 1921).
Y hay en la maravillosa tragedia sofocleana un diálogo entre Creonte, el tirano, y su sobrina Antígona, la anarquista, en que al reprocharle aquél que quiera rendir los mismos honores al hermano impío, que asoló la patria, y mató al otro hermano, Etéocles, que a éste dice la hermana que ella no tiene por qué juzgar de aquellas diferencias sino cumplir de la misma manera con los dos. «El otro mundo — dice la hermana — gusta de igualdad ante la ley. «¿Cómo ha de ser igual para el vil quo para el noble?» — le replica el tío. Y la sobrina: «Quien sabe si estas máximas son santas allí abajo…» Con lo que pone la ley de su conciencia familiar y doméstica sobre las leyes civiles del tirano que decía que: «no hay mal más grande que la anarquía» (verso 672). y Antígona queda como el eterno modelo de la piedad fraternal y del anarquismo femenino.
¿Fraternal? No: habría que inventar otra palabra que no hay en castellano. Fraternal y fraternidad vienen de frater, hermano. Antígona era sóror, hermana. Y convendría acaso hablar de sororidad y de sororal, de hermandad femenina. En latín hay el adjetivo sororhis, a, mer, lo que es de la hermana, y el verbo sororiare, crecer juntamente.
¿Sutilezas lingüísticas? No, sino algo más. Que así como matria no querría decir lo mismo que patria, ya que tampoco maternidad es igual que paternidad, no sería la sororidad lo mismo que la fraternidad: Una hermana no es un hermano.
Con lo que don Miguel establecía hace casi un siglo el camino que se debía seguir. No solo en lo lingüístico, también en lo social. Un camino que lleva a que las mujeres establezcan lazos de ayuda y apoyo entre ellas. Y que se termine con la crítica voraz que, muchas veces, era más dura entre ellas que desde el lado masculino.
Ayer hablaba sobre esto, y el eslogan de «no queremos ser valientes, queremos ser libres». Desgraciadamente, queda mucho para que nuestras amigas (esposas, madres, hijas, hermanas) puedan volver a casa sin miedo y sintiéndose libres, como hacemos nosotros. Por ahora, desgraciadamente, les toca seguir siendo valientes. Pero uniendo sororidad, igualdad, tolerancia y respeto, antes que después se acabará con el miedo. Eso y con el apoyo incondicional de todos los que creemos en la igualdad más profunda. La que hace que el género se diluya para ser un ente común formado de personas, sin perjuicios, sin etiquetas, sin miedos.