De la Sororidad

En estos días, se leen muchas barbaridades entorno a una nueva palabra aceptada por la RAE: Sororidad. Reconozco que desconocía qué era la sororidad hasta su aparición y tras escuchar definición me pareció, cuando menos, curiosa. Pero, desde luego, una de las mejores inclusiones que ha tenido nuestro vocabulario. Sin embargo, es una palabra que parece no agradar a todos y son muchos los que se arrancan acusando a la RAE de caer en la presión del feminazismo. Y eso lleva a leer afirmaciones tan absurdas como la que sigue:
En ella se mezclan churras con merinas y Cataluña con igualdad. Lo peor, es que muchos creen que se trata de un término de nuevo cuño y no están de acuerdo con que se emplee sororidad para hablar de la fraternidad entre mujeres. «Para eso, ya existe hermandad», dicen doctos e indignados. Sin darse cuenta de dos cosas: que la palabra no es nueva (luego hablo de eso); y que la sororidad es un gran paso para conseguir que las mujeres (hija, madre, hermana, esposa, pareja, amiga) deje de ser una heroína cada vez que sale a la calle.
La sororidad (esa solidaridad entre mujeres) es algo que los hombres conocemos desde hace siglos. Quizá porque la vida estaba claramente dividida en géneros: los hombres trabajaban y se relacionaban en las calles; las mujeres se quedaban en casa, teniendo hijos, y cuidado de su marido. Y evitando que se lo «robarán» para no quedarse sin nada. Eso hacía que mientras nosotros nos volvíamos sociales, ellas se situaban a la defensiva. Una defensa que además no era solo contra el machismo, también contra otras mujeres (ya se sabe: es harpia viene por lo mío). 
Pero en los últimos tiempos, se ha extendido un sentimiento de hermandad entre las mujeres. Que se unen para defenderse, juntas y no de ellas mismas. Y este es un paso que jamás debería haber sido necesario. Pero desgraciadamente nuestra sociedad va dando saltos atrás en el respeto al otro. Y mucho más amplios son esos saltos en el respeto a la otra. El egocentrismo y la necesidad de satisfacerse se ha llevado al extremo. Tanto que la mujer es un objeto de uso para algunos (ojo, no todos somos asesinos ni violadores. Eso no saldrá de mi boca). Pero a esos «algunos» que llegan al extremo más violento se unen otros muchos que no caen en el daño que se hace.

Salir una noche en cualquier lugar de España permite comprobar el buitreo baboso que ha obligado a elevar eslóganes de «no es no». Pero es que ese «no es no» ya implica una violencia hacia la persona, que se ve obligada a rechazar algo que no ha buscado. Y eso deberíamos evitarlo. Aunque para eso es necesario recuperar valores y ahondar en una educación afectivo-sexual que lleve a buenas prácticas y al respeto y tolerancia a las personas, sus deseos y sentimientos.

Origen de la palabra Sororidad

Para muchos este término es tan nuevo como para mi. Por eso, decidí buscar si tiene un origen más allá de la ideología de género actual. Y mi sorpresa es que es mucho más antiguo de lo que puede parecer. Etimológicamente proviene del griego soro (hermana), pero su signifcado en España debemos buscarlo en uno de nuestros grandes literatos: Unamuno. 

Fue él quien en La Tía Tula (1921) emplea por primera vez el término para referirse a la fraternidad entre mujeres. Y lo hace en una de las mejores novelas españolas (está considerada entre las 100 mejores del siglo XX) en la que habla de la represión sexual y del sororato. Una práctica que conllevaba que la viuda debe casarse con el hermano de su difunto marido.

Unamuno defiende La Tía Tula que es necesario crear una fraternidad entre mujeres, que fuera reflejo de la fraternidad entre los hombres. Una idea que ya había establecido en un artículo de ese mismo año: «Sororidad. Ángeles y abejas», publicado en la revista argentina Caras y Caretas (n. 1171, p. 55, 12 de marzo de 1921).

Y hay en la maravillosa tragedia sofocleana un diálogo entre Creonte, el tirano, y su sobrina Antígona, la anarquista, en que al reprocharle aquél que quiera rendir los mismos honores al hermano impío, que asoló la patria, y mató al otro hermano, Etéocles, que a éste dice la hermana que ella no tiene por qué juzgar de aquellas diferencias sino cumplir de la misma manera con los dos. «El otro mundo — dice la hermana — gusta de igualdad ante la ley. «¿Cómo ha de ser igual para el vil quo para el noble?» — le replica el tío. Y la sobrina: «Quien sabe si estas máximas son santas allí abajo…» Con lo que pone la ley de su conciencia familiar y doméstica sobre las leyes civiles del tirano que decía que: «no hay mal más grande que la anarquía» (verso 672). y Antígona queda como el eterno modelo de la piedad fraternal y del anarquismo femenino.

¿Fraternal? No: habría que inventar otra palabra que no hay en castellano. Fraternal y fraternidad vienen de frater, hermano. Antígona era sóror, hermana. Y convendría acaso hablar de sororidad y de sororal, de hermandad femenina. En latín hay el adjetivo sororhis, a, mer, lo que es de la hermana, y el verbo sororiare, crecer juntamente.

¿Sutilezas lingüísticas? No, sino algo más. Que así como matria no querría decir lo mismo que patria, ya que tampoco maternidad es igual que paternidad, no sería la sororidad lo mismo que la fraternidad: Una hermana no es un hermano. 

Con lo que don Miguel establecía hace casi un siglo el camino que se debía seguir. No solo en lo lingüístico, también en lo social. Un camino que lleva a que las mujeres establezcan lazos de ayuda y apoyo entre ellas. Y que se termine con la crítica voraz que, muchas veces, era más dura entre ellas que desde el lado masculino.

Ayer hablaba sobre esto, y el eslogan de «no queremos ser valientes, queremos ser libres». Desgraciadamente, queda mucho para que nuestras amigas (esposas, madres, hijas, hermanas) puedan volver a casa sin miedo y sintiéndose libres, como hacemos nosotros. Por ahora, desgraciadamente, les toca seguir siendo valientes. Pero uniendo sororidad, igualdad, tolerancia y respeto, antes que después se acabará con el miedo. Eso y con el apoyo incondicional de todos los que creemos en la igualdad más profunda. La que hace que el género se diluya para ser un ente común formado de personas, sin perjuicios, sin etiquetas, sin miedos. 

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

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