Lanzando al aire premisas antiguas revestidas de nuevas, ambos logran alentar a los «suyos», a los nuevos colores que vienen a incluirse a los viejos, el naranja y el morado, que se unen al rojo y el azul. Colores nuevos, sí, pero colores que no hacen más que dividir a la población; que provocan debates, discusiones e insultos entre los que no debería dividirse por collares, entre los que deberían ponerle «la coleta al burro» sabiendo que este, el burro, sigue siendo el mismo sin importar el color que ahora quiera vestir.
Y lo muestran, una y otra vez, en cada presencia en televisión, en cada proclama enviada a los suyos y los de otros: palabras que demuestran que el burro, con o sin coleta, azul, rojo, naranja o morado, sigue siendo el burro. El que se empecina en avanzar detrás de su zanahoria particular revestida de sillón azul oscuro, el que ocupa el gobierno, pero se olvida en su caminar de los que cosechan su zanahoria, de los que con su sudor y su sufrimiento y su esfuerzo y su trabajo, logran mantener en pie este país de locos que se divide en colores y que convierte su política en un absurdo cubo de Rubick dónde todo es igual aunque parezca distinto. Porque en el fondo, sin importan cuantos diferentes se sienten en el congreso, todos comparten la misma característica: son profesionales de lo suyo —la política—, y los son los nuevos y los viejos, los rojos, los azules, los naranjas, los morados y los que no tienen un color que les defina. Todos profesionales que han olvidado el verdadero espíritu de la política: el servicio.
El servicio al ciudadano, al Estado, a los nacidos y los venidos a esta tierra. El servicio por los más necesitados: por los ancianos, por los sintecho, por los niños, los enfermos, los parados. El servicio a los migrantes, a los que se van y los que vienen.
La política debería ser un servicio no una profesión altamente remunerada. No una salida fácil a los cachorros coloristas de los partidos —nuevos y viejos—; y en eso se ha convertido: en una forma de vida y mientras eso no cambien, no habrá nada nuevo en nuestro arco iris: solo un burro al que ponerle complementos.