Si hace unos años nos hubieran dicho que tendríamos acceso libre y sin restricciones a millones de libros en todos los idiomas y de todas las épocas, no lo hubiéramos creído. La llegada de Google books fue un aviso de lo que estaba por llegar, pero ni por calidad ni cantidad puede compararse a otras iniciativas similares.
Por mi trabajo con la Universidad de Massachusettes, he tenido la suerte de entrar en el mundo de la digitalización de fondos y haber participado en la selección de volúmenes para su puesta a disposición de los usuarios a través de Archive.org, una iniciativa de diversas universidades estadounidense e instituciones culturales. A la que se pueden unir otras como las oficiales vinculadas en Europa a (la maravillosa, magnifica, única e irremplazable) Europeana.
Estas iniciativas han permitido recuperar infinidad de textos que de otra forma hubieran quedado muertos en pequeñas bibliotecas de todo el mundo. Escondido salvo para los ojos de unos pocos, quedando algunas joyas literarias alejadas de los lectores de todo el mundo. Ahora, sin embargo, todos tenemos acceso a esos títulos. Y para los que hemos estado inmersos en la investigación aportan algo más: la posibilidad de acceder a fuentes documentales primarias, así las crónicas o los archivos, están al alcance de un click de ratón.
Pero, además, la digitalización sistemática de fondos está permitiendo la conservación de un importante patrimonio bibliográfico, aportando fondos para la restauración y catalogación de las bibliotecas tradicionales y está dando lugar a un salto técnico para llegar a las bibliotecas 2.0 con fondos originales que pueden ser traducidos on-line a cualquier idioma; con reconocimiento de caracteres, búsqueda amplia de términos e, incluso, transcripción de fonemas y grafías antiguas.
Es un paso hacía un nuevo modelo de conservación bibliográfico en el que la digitalización de fondos se presenta como transcendental para continuar avanzando en la consecución de un biblioteca online universal.