Desde hace años, para mí, los miércoles son miércoles de Historia. De compartir lo poco que sé sobre mi ciudad y su evolución con todos los que tengan a bien oírme. Este año, por motivos laborales, había dejado de hacerlo, abandonando mi horario habitual en Onda Cádiz —en el programa Gente de Cádiz— y reduciendo mis apariciones solo al programa El Farol, donde lo que se cuenta no siempre es verdad. Pero ya he regresado, y disfruto de esos 30 minutos de conversación con Manoli Lemos casi como al principio. De hecho, mucho más. Ahora ya no tengo aquel miedo escénico, aquella vergüenza a quedarme en blanco o no saber responder las cuestiones que Manoli me lanza.
Ahora disfruto cada segundo y, casi, me cuesta irme. Y me he dado cuenta de que lo que me gusta del programa es poder hablar de Historia con alguien a la que también le apasiona y poder devolver un poco de ese rico patrimonio que la ciudad posee. Yo no soy el mayor experto en Historia de Cádiz, ni lo pretendo; solo soy un enamorado de lo mío y, como enamorado que soy, necesito gritar a los cuatro vientos —o por lo menos al Levante— lo mucho que la ciudad puede ofrecer, lo mucho que aun esconde, y el gran legado que su pasado nos deja.
Además, creo que como historiador que soy, tengo el deber moral de ayudar a conocer nuestro pasado. Tal vez, detrás de todo historiador, exista un profesor encubierto, pero la necesidad de enseñar se me hace cada día más patente, recuperándose aquella vocación por la enseñanza que quedó rota tras un breve paso por las aulas.