Y el silencio solo fue roto por el motor del camión de la basura que pasaba, en aquella hora y minuto, bajo la ventana del triste hombre que, cabizbajo, se miraba en el espejo. Qué esperaba ver reflejado en aquel cristal que le devolvía su imagen, nadie lo sabría nunca. Lentamente, cómo el cirujano preparándose para la operación más importante de su vida –¿acaso no lo era?– sacó el cuchillo con el que pensaba acabar con su propia y mísera existencia.
En aquella hora y minuto, en la que el camión pasaba bajo las ventanas del edificio. En la planta sexta, se hizo el silencio. Y la sangre se derramó por el suelo de una habitación pulcramente limpia, como jamás estuvo, cómo si quien se quitaba la vida desease que, al final, por una sola vez, todo brillase.