Tengo problemas con el inglés, igual que otros muchos españoles. Es parte del legado educativo que arrastramos los que ya vamos teniendo una edad. Desfase mucho mayor en personas que se educaron en otro régimen donde la lengua de Albión era menospreciada por el preciado francés.
Por eso, cuando comienzan las modas sobre la pronunciación de nuestros políticos, yo guardo silencio. No debes reírte del otro cuando tu mismo tienes esas carencias. Y las tengo, como muchos de los que se ríen del cup of café con leche in Plaza Mayor.
Relax: ninguno de nosotros es perfecto. La diferencia está en saber guardar silencio en el momento oportuno, cosa que no supo hacer la directora de la BNE cuando en los digitaldays que estamos celebrando en Madrid, se arrancó con un inglés que ya no tienen ni los niños de primaria. Con las consiguientes sonrisas -y risas- del centenar de participantes extranjeros.
Yo, que tengo un inglés impropio de mi trabajo, y que me esfuerzo por aprenderlo y entenderlo, soy capaz de seguir unas conferencias excesivamente técnicas pero con un lenguaje y contexto que conozco; pero jamás tendría el valor -por no llamarlo desfachatez- de lanzar un discurso en inglés mientras no sea capaz de leer dos sílabas seguidas.
Y ese es el verdadero problema de nuestros políticos: no que no sepan inglés sino que son incapaces de reconocer sus limitaciones.