Lo curioso es que yo no tenía ganas de entrar en esos círculos. No son los míos. Yo siempre me sentí más cómodo entre historiadores que literatos; nunca me sentí un James Joyce gaditano, ni que formara parte de una suerte de generación del 78. No, para nada. Pero desde el pasado invierno algo cambió. De la mano de 13 Puñaladas he conocido a «otros» como yo. Gente normal que ha entrado en el mundo cultural por derecho propio. Y ¡vaya grupo! con lo bueno y lo malo cada uno tiene sus cosas. Es cierto que, de los 13, el contacto no ha sido igual con todos. Con algunos casi no he tenido relación, como con Manuel Ruiz Torres, Estefania García o Jesús Cañadas (por la lejanía casi siempre) pero con otros se ha formado una extraña amistad.
Una amistad que nos lleva de peregrinaje a las presentaciones, como fue el otro día la del poemario de Carmen Moreno que estos días salta a las librerías; como serán las Bulerias Nazis de Enrique Montiel. Como serán tantas otras cosas que irán surgiendo. Cosas buenas, alegres, y felices. En parte como son esos cinco o seis que se mantienen unidos: los citados, Dani Lanza, Fran Chaparro, Dani Pérez, Pilar Vera y yo mismo. Todos con sus cosas buenas, y sus cosas malas; pero ahora mismo nadando en un mismo mar de letras.
Sin embargo, a veces, me sale la vena histórica y no puedo dejar de comparar ciertas actitudes que veo en esos círculos literarios como hechos históricos del pasado: