A veces uno se pregunta si la vida es justa. Por qué unos tenemos tanto y otros tampoco. Por qué nosotros, animales racionales y sentimentales, no somos capaces de razonar como mejorar un mundo dónde los niños sufren hambre, enfermedad, abandono, tristeza… Un mundo en el que cada día se derramaban suficientes lágrimas para llenar todos los pantanos del planeta es un mundo en el que no merece vivir. Y, sin embargo, no hacemos nada por cambiarlo. Lanzamos nuestras quejas al ciberespacio y parecemos creer que dándole al «like» de Facebook, desde nuestro cómodo rincón del mundo, arreglaremos los males que nos consumen.Y lo creemos porque es sencillo presionar un botón, pero complicado cambiar nuestros hábitos para cambiar este pedacito de tierra que habitamos. Olvidándonos de que solo cuando cambiemos para voltear la situación, lograremos arreglar lo que hemos destrozado como Humanidad. Una Humanidad que hace mucho que dejó de pensar que no hay nada más valioso que la sonrisa de un niño; y que prefiere sus riquezas acumuladas, su capitalismo imbricado en todos: desde el anarquista que sueña con un funcionariado, hasta el utópico comunista que lanza sus proclamas desde un móvil de última generación; pasando por todos los demás, esos que, al menos, no niegan lo que son.