Quienes me conocen dicen que tengo un extraño poder de atracción con las llamadas telefónicas y con los mails. Mi padre me enseñó una premisa: no te van a llamar sentado en el sofá. Y aunque la premisa es falsa porque para mis dos trabajos más importantes (como bibliotecario técnico de la Real Academia y ahora en otros menesteres diferentes) recibí llamada, al igual que con Cabrón. Claro que hay una parte que no se ve de esas llamadas: el trabajo callado y silencioso que se realiza por detrás.
Aun recuerdo el día que Lacueva, me llamó y me dijo: «sin experiencia no nos contratan; sin contrato no tenemos experiencia. Te propongo algo». Y estuvimos juntos varios años (el 4 y yo 5) trabajando en una biblioteca histórica por amor a la experiencia. Vamos, by the face. Fueron muchos los que se rieron de nosotros entonces, pero el tiempo ha demostrado cuanta razón tuvo su premisa. Ahora él es Gestor de Fundaciones, yo representante de cierta entidad en España. Y esos que entonces se reían de nosotros llevan años viendo pasar el tiempo, mientras nosotros cumplimos ya varios años de trabajo ininterrumpido y estable (y, cuando ha cambiado, siempre ha sido mejor).
Por eso, cuando alguien me dice que he tenido mucha suerte en mi vida siempre respondo lo mismo: la suerte no existe. Y es algo que he visto en mi entorno. Gracias a Dios casi todos mis amigos trabajan. Algunos se han labrado su posición con años de formación, otro con inteligencia y constancia, otros con esfuerzo y sacrificio; algunos han tenido que emigrar buscando esa llamada que te abriese las puertas de un futuro mejor. Pero todos han trabajado por labrarse una fortuna favorable. Para llamar a su propia suerte