El otro día me dijo alguien que no existe buena poesía española. Que nos centramos en la métrica, en la forma, pero no en el ritmo, en el sonido. Y puede que sea así, que cualquier obra de Shakespeare podamos incluirla en la categoría de poesía, mientras que muchos poetas españoles no serían tratados como tales fuera de España.
Porque la realidad es que tenemos mala, muy mala poesía. Y la razón es sencilla: aquí no se busca el ritmo, se busca jugar con las palabras. En español, algunos poetas tratan de llegar a la prensa, no al alma. Tratan de remover las entrañas, no de que sientas moverse el alma al ritmo de su sonata. Aunque la mala poesía, la que es realmente mala, no es una cosa en la que importe el idioma, hasta traducida es mala: te hace pensar, sentir, dudar de la cordura del autor. La mala poesía, para mí, está por encima de ritmos y formalidades. Por eso, hay muy mala poesía en español.
En mí caso, toda aquella que es capaz de hacerme parecer estúpido por ser incapaz de explicar qué tomó el poeta para escribir lo que escribió.
Por cierto: odio a los poetas, pero yo soy capaz de llegar a eso.
Añoranza caída, cansada, lejana;
Presente silencioso, escurridizo,
que se escapa entre mis manos.
Que se hunde en el día a día,
que se esconde a cada momento
entre los pliegos de mi cuerpo.
Arremolinados entre mis dedos,
cansados de huir del agua.
Aferrados a mi esencia,
pelusillas del ombligo
Sí, yo también puedo…. que cosas peores he leído, como ciertas odas a la hamburguesa…