Hay muchos tópicos literarios, casi tantos como políticos o futbolísticos. Puede hasta que más, ya que los escritores tienen el defecto de leer y ¡aun peor! escribir. Por eso, escribir sobre lo que sientes cuando escribes tiene, obligatoriamente que llevarte a caer en algunos. El otro día, en el combate dialéctico entre Carmen Moreno (Principito debe morir) y Jesús Cañadas (Los nombres muertos) en la Librería Pérgamo de Puerto Real, alguien preguntó si el escritor sabe a dónde quiere llegar cuando comienza un manuscrito. Cañadas, que en ocasiones parece más un comparsista que un escritor, soltó con su media sonrisa que encandila a las fans, un «el que dice que lo tiene todo claro y estructurado al principio, miente. Igual que miente el que dice que se deja sorprender al 100% por los personajes»
Y es que ¡fuera tópicos! Como él, también yo creo que todos comenzamos a escribir con ideas preconcebidas, y que el propio devenir de las palabras en el texto te llevan a amar u odiar a los personajes, a que unos crezcan más que otros, a que aquellos que creías darían mucho juego, terminen deshaciéndose en la nada; y que otros, pocos, cobren protagonismo por ellos mismos. Eso no significa que los personajes o la historia se escriban solos, simplemente que el trabajo sobre el manuscrito te lleva a descubrir que parte puede enriquecer el global.
Otro tópico que me gusta mucho es ese de que el escritor nace, que le viene la musa y ¡voilà! crea «El retrato de Dorian Grey» o «El fantasma de la Ópera». Por supuesto también tenemos el contra-tópico; ese de que el escritor se hace y que escribiendo mil horas a la semana uno es capaz de parir otra obra maestra. Pero la realidad es otra. El escritor medio se hace, pero, al igual que el futbolista, también nace predeterminado. Obviamente, las musas no van a venir a saludarte mientras lees la carta de ginebras del último bar de moda (o tal vez sí); lo normal es que vengan mientras estas sentado frente al ordenador o, al menos en mi caso, con mucha más frecuencia, mientras lees algo de cualquier otro que no tenga nada que ver contigo. Así que como lo anterior, en los dos tópicos hay parte de verdad y parte de mentira: las musas vienen porque tu imaginación, predeterminada para vivir las letras como una aventura diaria, está a la espera. Pero esa espera debe ir acompañada de horas de teclear frente a una pantalla que jamás pasa de la primera línea de texto. Y es que, volviendo al símil futbolístico: Mágico sólo hay uno, pero Ronaldo trabaja para ser el segundo mejor del mundo del día de hoy.
Pero si hay un tópico que comparto: el mayor placer del escritor es toparse con el lector. Para mí, con dos novelas en la calle, el mayor premio sigue siendo que alguien te diga «tu libro fue el primero que me leí entero» o un simple «que he disfrutado con… «. Saber que, en la medida de mis posibilidades, he ayudado a evadirse de la realidad a un solo lector, que le he llevado a navegar en La Besada, a compartir hazañas con Cabrón, ya es suficiente para seguir, cada día, sentándome a escribir, esperando que las musas vengan a decirme que el trayecto vital que quería darle a Fernán Garcés no es el más adecuado, y que si hago que muera fulanito de tal, dará más juego que si lo mantengo con vida.