El Camino (VII)

El camino se mantenía apagado. Día tras día, noche tras noche. Pensé en preguntarle a Martha o Michael cómo funcionaba, pero desde que habíamos llegado a sus viejas tierras, el tiempo se hacía escaso. Los trabajos se multiplicaban: aramos los campos, primero con palos rudimentarios y, tras varios días de exploración por granjas vecinas, con una vieja azada tirada por los animales que nos habían conducido al sur. Plantamos las semillas sin saber que eran y, cuando la primera primavera nos atrapó descubrimos fascinados los brotes verdes en los campos grises.
Lucy fue la primera en descubrirlos cuando marchaba a recoger huevos en el gallinero improvisado que habíamos logrado levantar con la ayuda de Roger y su hermano pequeño Jonny. Habían llegado varias semanas más tarde y Marta se había negado en redondo a que continuaran el camino. Fueron los primeros de muchos que regresaban al sur por el camino de las luces apagadas. Los primeros que se unieron a nosotros. Y fue con ellos cuando comenzó todo. Yo nunca había sido un líder, ni siquiera había tenido con quien serlo, pues con Padre eran pocos los chicos que conociese. Pero ahora todos parecían seguir mis órdenes. Hasta Michael mostraba gran confianza en mis consejos y aceptaba mis propuestas con inusitada velocidad.
Quizá fue entonces cuando me di cuenta que tenía un destino en la vida: lograría que las luces del camino volvieran a encenderse, aunque para ello debiese continuar al sur. Me daba miedo dejar lo que tenía pero una noche, cuando la cosecha ya cubría a un hombre de pie, le expuse mi plan a Lucy. Recogeríamos la cosecha, plantaríamos una nueva y marcharíamos al sur. Llevaríamos semillas, y nos detendríamos en la primera granja que viéramos para pasar el más crudo invierno. Y, luego, continuaríamos al sur en primavera. Esperaba que mi hermana me detuviera, que se echase a llorar por abandonar nuestro nuevo hogar, pero no lo hizo. Me miró con firmeza y asintió. No dijo palabra alguna, tan solo se mantuvo allí, agarrada a mis manos, en silencio.
-Mañana informaré a Martha, sé que ella no querrá, pero tiene que comprender que debemos seguir al sur

Dije al fin para separarme de Lucy, pero no me solté de sus manos, firmes. ¿Cómo aquella niñita llorica había logrado superar todo. Yo aún tenía pesadillas en las noches por haber matado a un hombre. No. No era por haberlo matado, y eso me aterraba más que haber apretado el gatillo. Tenía pesadillas por el poder que aquella arma me daba, por ver cómo me seguían como a un líder, por descubrir que el creador tenía un plan superior para mí. Pero sobre todo porque me gustaba.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

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