J y A llevan juntos casi desde que los recuerdo y han pasado buenos y malos momentos: nacimientos, bodas, funerales, hermanos que emigran por culpa de la crisis. Y, aún así, se han mantenido unidos; sin fisuras: dos que son uno.
Pero últimamente andaban preocupados porque su único hijo estaba muy malito. Desde que llegó lo han cuidado, alimentado y llevado al médico para, poco a poco, ir superando las barreras que su corta vida ha ido poniéndolos. Por eso, en muchos aspectos pero quizá con su hijo en lo que más, J y A son un ejemplo a seguir de padres luchadores, de matrimonio unido en el amor y la familia.
Y cuando escucho que alguien dice: no deberían adoptar, no deberían tener los mismos derechos, no son una familia normal; pienso en ellos y ellos me dan la fuerza para defender bien alto lo que creo: ellos son una familia; y su hijo no sabrá nunca la suerte que tuvo de ser adoptado por dos padres como J y A. Y los que no son normales no son ellos, son los que no ven que la familia no se hace de sexos, sino de amor. De lazos mucho más profundos que la visión simplista de la hombres, como el que une a la familia de J y A.