A palabras necias

El otro día me entere de que, pese al tiempo que hace que abandone cierta «secta», aún se dicen cosas sobre mi. Falsedades y mentiras que, con el paso del tiempo, se han acrecentado. Tal vez buscando dar sensación de credibilidad a lo increíble.

Se dijo entonces que yo use fondos a mi antojo, como si de un Barcenas cualquiera se tratase. Hoy, ya, me hice con un gran botín de dineros de un lugar en el que nunca hubo. Y ¿saben? Si antaño me hubiese molestado tales falacias, ahora me río.

Y lo hago porque, más allá de lo que algunos digan, se que soy honrado y que jamás cogí un euro (ni peseta) que no fuese mío y, es más, que muchas veces puse esos euros de mi bolsillo sin que me pesase porque creía -y creo por encima de las personas- en lo que se hacía. Pero, sobre todo, porque he descubierto que no importa lo que hagas, siempre alguien murmurara a tu espalda: el hombre es envidioso por naturaleza; sólo así la humanidad ha logrado avanzar. Queriendo tener más que el vecino, ser mejor que el hermano. Y cuando alguien encuentra un camino diferente y comienza a avanzar por su propia senda, las voces del pasado se agrupan para cuchichear.

Y no me importa. He aprendido que lo que realmente importa es la visión que cada uno tiene de si mismo. Cada noche duermo tranquilo y, si algo me quita el sueño, no es lo que digan de mi, sino las situaciones que viven aquellos a los que quiero.