He vuelto a escribir y leer a buen ritmo, después de un tiempo en el que he andado bastante apático para lo uno y lo otro. Y eso ha repercutido en muchos aspectos de mi vida. Sé que hay personas que necesitan el deporte, por ejemplo, para sentirse bien. A mi me pasa lo mismo con los libros. Cuando tengo uno en la mano todo parece verse mejor. Y este mes lo he visto bastante mejor, y en eso han tenido algo que ver Ken Follet (El invierno del mundo) y Antonio Garrido (El lector de cadáveres). Y es que, me temo, sufro de una adicción tan fuerte como otra cualquiera: la lectura. Necesito sentir el tacto de las rugosas páginas; necesito beber historias nacidas de otras mentes; vagar por mundos soñados por otros y hacerlos míos. Y así, también yo vivo una doble vida: la mía y la de aquellas historias que llegan a mí a través de las páginas de un libro.
Mañana empezaremos otro libro, el tercero de este mes. Una nueva historia, ahora en un pequeño pueblo inglés de tranquilos hábitos y recuerdos isabelinos. Nuevas historias para llenar mis ratos y mi mente.