Soy ser propenso a los despistes, muchos, demasiados. No me preocupa, la verdad, dicen que es propio de los genios, y quien me conoce sabe que mi genialidad está a la altura de mi humildad. Pero, aún así, hay veces que la falta de memoria o el vivir en un mundo que no es tu mundo trae malas pasadas. Eso fue lo que me pasó en segundo de carrera. Aquel glorioso curso de 1997-98. Glorioso por muchos motivos y recordado por otros mucho. Año en el que nació la revista Ubi Sunt?, reapareció la tuna, logramos marcar un gol en la liga universitaria en un partido en el que echaron a 3 jugadores por dar patadas… sin haber salido del banquillo; y por un largo etc. Y año que, para mí, guarda otro recuerdo imborrable, uno de esos que nacen de los despistes.
Corría el mes de junio y los exámenes se extendían por el calendario y uno, hastiado y fatigado, pasaba de aula en aula buscando aprobar las muchas asignaturas que tenía aquel plan de locos. Y en eso andaba, haciendo un examen, cuando ocurrió el hecho de marras. La asignatura –ahora no recuerdo si Instituciones de la Edad Antigua o Civilización romana- la controlaba; de hecho, ambas eran primas gemelas por no decir siamesas. Solo cambiaba una cosa: el profesor. Una era dada por un joven profesor con ganas de comerse el mundo; la segunda por un veterano docente al que temíamos como si del propio demonio se tratase. Pero esta vez no me ocurriría lo del año anterior, cuando suspendí su asignatura pese a que, viendo el nivel medio mostrado por nuestra promoción, el profesor bajase el aprobado hasta el 3.5. Por una vez había acudido a cada una de las clases, había estudiado con antelación y por partida doble –al fin y al cabo era dos asignaturas con el mismo temario-. Nada podía fallar, aprobaría sí o sí. Y así andaba, feliz haciendo mi examen, con esa risa de superioridad que solo los genios logran permitirse en ocasiones. Terminado el test sobre el mundo romano, me levanté y me acerqué al profesor. Y en ese momento todo cambió.
-¿Qué hace usted, señor Fornell?- es algo que algunos profesores mantuvieron mientras yo mantuve el usted- ¿Para qué me das esto?
-Es el examen, don Javier- contesté.
-Muy bien, pero ¿porqué lo ha hecho?
-Para aprobar, obviamente- respondí confundido.
-No puedes hacerlo –mi cara debió decirlo todo- Pensé que estaba de oyente. Usted no está matriculado en esta asignatura.
-¿De oyente?… – la confusión aumentaba -¿Cómo que no…?
Y en ese momento hice mi cálculo mental y comprendí que llevaba razón. Finalmente la había quitado de mí matricula: llevaba todo el año asistiendo sin faltar a una clase que jamás tendría, ni ese año, ni después. Ahora, eso sí, el cursos honorus jamás lo olvidaré.