Que mala noche la noche de ayer. Toda la noche pa’riba y pa’bajo, dando vueltas en la cama y hablando con una pobre señora que me contaba no sé que problema que había tenido con su retoño, allí presente también. Y toda a noche dando vueltas, de un lado para otro intentando que la madre y el hijo hicieran las paces y, de paso, me dejasen a mí. Que uno duerme poco, pero algo de descanso necesita. Lo peor es que, con la duermevela constante, soy incapaz de recordar que ocurrió al final. Si ambos se reconciliaron y fueron tranquilos y de la mano hasta la luz, o si cada uno se metió en su rincón del pasillo. Y ya que me he pasado toda la noche sin dormir, que menos de enterarme que pasó con ellos.
Es posible que por la mañana, cuando uno ya estaba camino del trabajo a eso de las 7’30, uno de los dos pensase que no había hecho lo correcto al irse como llegaron: sin avisar. Sólo así se entiende que me hayan llegado 7 correos electrónicos con fecha de 14 de septiembre de 1970. Ayer, como quien dice. Eso, o las almas en pena que han venido a visitarme esta noche decidieron que después de no dejarme dormir entre terribles pesadillas, que menos que informarme de una profesión con futuro: la de sepulturero. Lástima que borrase los correos, quizá ahora tendría las preguntas de alguna próxima oposición para cubrir con tierra o mármol a los que, por fin, lograron la jubilación.