Debo ser raro, mucho. Normalmente la gente espera ansioso las vacaciones y a la vuelta de las mismas cuando el pesimismo arraiga en sus corazones y les lleva a ser almas en pena camino del trabajo. Pero en mí se produce un fenómeno diferente: es ahora, cuando las vacaciones están a la vuelta de la esquina, cuando me convierto en un ser errante, apesadumbrado y más hosco de lo normal. Sé que debería ser feliz, pues las vacaciones están a la vuelta de la esquina, y como si de un profesor se tratase me voy dos meses a la playa. Pero esa playa de trabajo me mata. ¿Qué hacer dos meses sin ir a trabajar? Necesito mi rutina diaria: ir a la Biblioteca, desayunar con los compañeros y hablar de lo divino y lo humano en el bar. Saber que hoy es lunes porque voy a trabajar, y que ayer fue domingo porque no fui a trabajar. Pero en verano todos los días son domingo, y no me gustan los domingos. Pierdo el tiempo, no hago nada, vagueo y hasta duermo la siesta.
Y es que, me temo, ya ando con el síndrome pre-vacacional. Causa, también me temo, de tener un trabajo que me gusta en el que mi pasión (los libros y la historia) se convierten en centro de mí día a día. Tendré que sobreponerme, crear mi propia rutina y dedicar las largas horas del estivo a concluir de una vez mi tesis doctoral. Al menos, así, tendré algo de esa rutina que tanto necesito.