Dos días de hormigueo

Hoy es martes, he tardado casi 3 días en ser capaz de sentarme en un teclado y escribir esto que ahora leen. El domingo pasado tuvimos un día diferente y extraño. Uno de esos que no es entendible sin conocer la amistad y sin conocer a la gente de «Marabunta».

La Marabunta es una familia, rara, hecha a base de horas de juego, de confesiones, de conversaciones, de primeras experiencias y de últimos horas de la tarde, la mañana y la noche. Amigos que han forjado un pasado común, en un lugar común, en el que crecimos juntos y felices. Fuimos niños, hasta que eramos demasiado mayores para seguir llamándonos niños. Pero seguimos siéndolo. Niños porque valoramos la amistad como lo hacen los niños: amigos para siempre y hasta la muerte sin importar que te conocieses desde el día antes o desde dos años antes. Niños que hemos crecido en cuerpo y alma, pero que mantenemos vivo el espíritu de lo que fuimos.  Niños que seguimos siendo la Marabunta, esa especie de religión que solo tiene dos principios: respeta y se. Respeta a tus amigos, se amigo de tus amigos.

El domingo pasado vivimos un día distinto. Un día en el que nos reunimos todos, en el que vinieron amigos desde muchos lugares: París, Edimburgo, Dublín, Madrid, País Vasco, Alicante…. Y todos por una única causa: hace dos años y medios uno de nosotros encontró el amor al otro lado del Océano; y la lejanía nos impidió estar con él. El domingo revivimos aquel momento, sin más legitimidad de la que concede la amistad. Sin más presencia que la vieja Marabunta; y la nueva. Porque como un hormiguero el grupo crece y crece, y más hormigas entran en nuestro pequeño hormiguero virtual.

Puede que ahora nos veamos menos, puede que ya ni siquiera de verano en verano; a veces ni en invierno. La vida nos ha llevado por diferentes caminos; nos ha empujado lejos, como barcos a la deriva, pero algo nos ancla al pasado: la amistad. Esa amistad que en este mundo ya no parece existir. Una amistad real, una familia elegida. Mi familia elegida, todos unos cabrones -porque se han ido lejos, porque los veo menos, porque egoistamente los quiero cerca-; pero los mejores amigos, la mejor familia, que nunca podré encontrar.

Así que, aunque el domingo era el día de Dani -aka Tito Matt- y Fari- Gracias. Gracias a todos por el sacrificio y el esfuerzo; gracias a Natalia y Bea (y Antonio-Toni) por organizarlo todo; gracias a Felipe y Leonor e Irene por el catering; gracias a Julián por ser participe desde la sombra de todo este embrollo, y gracias a todos los que vinistéis porque si tenía una espina clavada en el alma esa era no haber podido estar junto a Dani y Fari el día de su boda. No lo fue, pero para nosotros sí. Y el domingo también fue un regalo para mí.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

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