Huyo, lo reconozco. Me voy por carnavales como las ratas de un barco a pique. Y me voy porque esta no es la fiesta que me gusta. Me gustaba la fiesta de coplas, de familias y amigos pasándoselo bien con la excusa de don Carnal. Pero no esto. No calles llenas de orines y borrachos, de niñas meando acuclilladas detrás de cada contendor de basuras para evacuar el exceso de alcohol.
Este carnaval se ha convertido en eso: exceso. Se ha querido potenciar tanto su vertiente turística que la fiesta ha dejado de ser fiesta para convertirse en un macrobotellón que, además, cuenta con el anonimato que da el disfraz para el desfase y eso, es aún peor. Personalmente este carnaval no me gusta, y este año he decidido irme, alejarme de mi ciudad y recluirme para hacer otras muchas cosas que se pueden hacer estos días. Aprovecharé para escribir, descansar y disfrutar de ese necesario espacio personal al que todos deberíamos tener derecho alguna vez.
Luego, cuando la semana vaya tranquilizándose y el gaditano gane la calle, yo volveré a ella. Iré al Pópulo a escuchar las ilegales. Buscaré los coros el lunes, y disfrutaré de la segunda semana con más ganas que esta primera que, para mí, ha dejado de ser el Carnaval de Cádiz para ser una más de las miles de fiestas que recorren nuestra geografía sin transfondo cultural o histórico alguno.