En estos días en los que las horas transcurren pegados a un teclado mientras viajo literariamente desde el Gádes legendario hasta el Cádiz más cercano, dejo me acompañen unos pocos elegidos, entre ellos la voz dulce y, a veces, rasgada de Isabelle Geffroy (ZAZ). Y hoy (anoche) cuando cerraba definitivamente otro de los cuentos que pronto verán la luz pensé que era hora de dejarles salir, pues casi como un tesoro absurdo por lo conocido, lo escondía en lo más profundo de mi ordenador.
Cómo si todos esos que me susurran sus canciones mientras escribo fueran patrimonio únicamente mío.