Francisco es un hombre mayor, bastante, pero cada mañana a las 8’20 de la mañana, hace transbordo en mi parada para montarse en el dos. Siempre va impecable, ahora en invierno con su chaqueta de cuero con el cuello alzado y su gorra de paño. Siempre sonriente, habla con todos; saluda a los habituales de la parada y, en ocasiones, charla con viejos conocidos que coinciden en el mismo lugar y a la misma hora.
Siempre con su sonrisa, solo una vez lo vi realmente enfadado: el día después de las elecciones que perdió el PSOE. Pero duró poco su enfado y ya vuelve a ser el de siempre. Un hombre de esos que es ejemplo para quienes se derrumban ante el primer problema. Él no. Él ha decidido seguir su vida, continuar cada día con su rutinario vivir y hacerlo con una sonrisa en los labios aunque su cuerpo cansado le obligue a tirar de un pequeño carrito de la compra en la que esconder su botella de oxigeno. Un aire que le da fuerzas como él las da a quienes le observamos, en silencio, cambiar de autobus para continuar viviendo hasta el último aliento.