Y, a estas alturas, en las que mis días se dividen entre el trabajo, la tesis, el libro de historia medieval de Cádiz, los cuentos gaditanos, las historias de Cabrón y los suyos, la realidad mundial y nacional, y hasta la propia realidad personal; he llegado a la conclusión de que necesito un parón existencial. Decir hasta aquí he llegado: toca sentarse, mirar la vida a la cara y dibujar un árbol genealógico de ideas y pensamientos, en el que poder cuadrar todo lo que mi cabeza contiene y no me deja dormir.
Sueño con otras épocas, navego cada noche por mis propios mares intempestivos en los que la vida se une al sueño para gritarle a Morfeo que me acune y deje descansar. Poco queda ya, días, pocos, para descansar definitivamente. Para decirle adiós a este año y saludar al nuevo cargado de ilusión y, sobre todo, de reposo. Desde este viernes, ¡que poco queda ya!, sentaré las raíces del año venidero, calentando mi alma al calor de la chimenea. Dejando la rutina a un lado durante la última semana del año que ya muere; una semana, la última y, sin embargo, la primera y más necesaria.