Como cruel y física burla de lo que somos y del destino que nos espera, el esqueleto del segundo puente sobre la bahía de Cádiz nos mira desde el mar para recordarnos lo que será el 12 que se avecina, y que no es más que un retorno a nuestro pasado: obras grandiosas enmarcadas en los sueños de unos pocos y que por falta de dinero se eternizan en el tiempo. Queda muy poco para el gran año de Cádiz y, como ya pasará 100 años atrás, algo me dice que será flor de un día, papelillos lanzados al cielo que se ven hermosos y grandiosos y que, caídos en el suelo, muestran su cruel realidad: nacieron para iluminar rostros durante un segundo, y pegarse a desgastadas suelas de zapatos desparramados por el suelo.
Lastima de Cádiz, que sigue creyéndose grande y no es más que el borroso reflejo de lo que un día fue.