Desgraciadamente Cádiz ha perdido aquel halo cultural que llevó a los viajeros románticos del s. XVIII a compararla con el mismismo París. Lejos queda ese Cádiz decimononico que se llenaba de teatros y que permitía al amante de la opera escucharla en cualquiera de los 15 teatros que se dedicaban a ese fin. Lejos queda aquella vida cultural de cafés y tertulias. Lejos aquel siglo XX que se llenó de músicos y literatos.
Ahora, si deseas salirte de los canones establecidos, si, por ejemplo, deseas ver algo más que cine comercial tendrás que irte fuera, no ya de la ciudad sino de la Bahía. Eso ha pasado (o está pasando) con la última película de Lars Von Trier: Melancolía, que no podrá ser vista en nuestras pantallas, al menos no por ahora. Y no es la primera vez que me quedo sin poder ver una película porque no se estrena en Cádiz o que tengo que irme a otras localidades para ver estrenos como «El discurso del rey» porque en nuestras pantallas no tienen cabida. Y ya empiezo a estar harto de tener que ir a Jerez o a El Puerto para poder ir a una buena obra de teatro, una buena película o una opera. Harto de que en esta ciudad se detenga la vida cultural desde enero hasta marzo por culpa del carnaval. Harto de que nos creamos la mejor ciudad del mundo y tengamos tantos y tantos defectos. Hartos de que miremos al pasado orgullosos y no seamos capaces de reconocer los errores que manchan nuestro presente. Harto de que, entre todos, estemos matando culturalmente a Cádiz, cambiando a Falla por el Morera, a Alberti por el Selu, Abarzuza por el Sheriff.
Nos queda tanto camino por recorrer para ser la ciudad que creemos ser que siento lastima de Cádiz.