15 años, se dice pronto. La mitad de mis 32 años de vida los pasé en Guadalete y ya hace 15 años que salí de aquel colegio en el que crecí y me formé. 15 años en los que he ido aprendiendo a ver lo bueno y lo malo que tuvo la decisión de mis padres de enviarme a estudiar a un centro más elitista de nombre que de verdad.
En el colegio aprendí a ser persona, con una educación global que no se quedó en el mero hecho de enseñarnos matématicas o historia, sino que iba mucho más allá. Nos enseñaron a ser personas, a saber comportarnos en cada lugar y circunstancia, nos dieron una base cultural que hoy, mucho tiempo después, me lleva a disfrutar del teatro, de la música clásica o de una buena opera o un buen libro como otros disfrutan de la programación de Tele 5.
Y, sobre todo, me enseñaron a pensar. Es cierto que al Opus -y el colegio comparte ideario con el Opus Dei- siempre se le acusó de adoctrinar, pero yo nunca noté la presión de tener que acudir al Club o ser empujado a leer Camino -de hecho, nunca lo hice-. Sin embargo, si me mostraron algo más importante: el valor de la razón, de la lógica y la inteligencia para intentar ser mejor persona. Me enseñaron que pensar es vital y me enseñaron a pensar por mi mismo. A no dejarme manipular ni ser llevado como un borrego a un lado u otro. Y también, porque no decirlo, me enseñaron a defender mi fe con la fuerza de la palabra.
Me mostraron que la tolerancia es importante para que todos podamos vivir en paz. Y me mostraron que el camino para avanzar en al vida es el del trabajo y el esfuerzo y no el del «pelotazo». Que el aquí y ahora, vale solo aquí y ahora, pero que si quieres mirar al mañana debes trabajar, formarte y avanzar.
Me enseñaron, en definitiva, mucho más que unos simples conocimientos técnicos y eso, visto a posteriori, tiene mucho más peso que la lejanía de casa o que el grupo de amigos, repartido por la provincia, se deshiciera al dar el salto a la universidad.
15 años… que viejos nos hacemos.