
La vida, como si fuera un río, se llena de cruces, afluentes, meandros, lagunas y hasta pantanos artificiales. Sorpresas y recodos que la hacen diferente cada día, que se complican en rápidos descensos y se hace mansa en otras zonas, que se estanca y casi se seca en ocasiones, y que otras veces corre caudalosa. A ella van llegando escorrentías y afluentes que cargan el caudal con el agua del deshielo, se llena con las lluvias pasadas, con los amigos y la familia que enriquecen cada paso dado, que acompañan en el transcurrir hasta la placida muerte en el mar.
A veces, se cruza con otros río, tan caudalosos y fogosos que cambian para siempre la existencia, que la hacen diferente, que permite conocer nuevos cauces por lo que transcurrir. Ríos tan potentes que comienzas a pensar que sería imposible dividir el cauce, pero, tras un recodo, acaban separados, cada uno por un lugar diferente, unidos por tenues hilos de pequeños afluentes a los que observas temiendo verlos secarse.
Pero la vida, como esos ríos, sigue inalterable su camino hacia el mar. Sabiendo que, sin importar que pueda ocurrir en el trayecto, aquellas aguas que se mezclaron con las tuyas, ya te han enriquecido para siempre y que siempre formarán parte de tu vida incrustadas en lo más profundo del corazón. Aunque, irremediablemente, a veces se desee que los cauces vuelvan a encontrarse pronto, pues camino recorrido junto, con sus rápidos y lagos ha sido tan placido como enriquecedor.