El rey mejoró y a finales del invierno la corte de Sevilla descubrió con estupor que el monarca había decidido abandonar su amada ciudad y marchar al norte para recorrer el reino y convocar Cortes. Alburquerque, verdadera cabeza del reino durante la enfermedad del rey se mostraba temeroso y alegre en partes iguales. El rey había recuperado la salud; la reina María había abandonado la ciudad y había marchado a Talavera, Leonor continuaba presa en Sevilla y Fabrique, el menor de los gemelos bastardos, había vuelto a sus posesiones que la orden de Santiago poseía en Llerena. Esa, precisamente, sería la primera parada de la comitiva real.
Pero Fabrique se plegó a los deseos del rey y ofreció su lealtad y la de la orden al monarca y la comitiva pudo seguir hacia Burgos creyendo acabados los focos de resistencia surgidos durante la enfermedad de don Pedro. Fue entonces cuando el monarca mandó llamar a Cristóbal y encomendándole que trasladará a Leonor hasta Talavera.
-¿Estáis seguro, mi señor, que deseáis llevarla junto a vuestra madre?- preguntó Cristóbal.
-No sois quién para enjuiciar las decisiones de vuestro rey- Pedro se mostraba irascible, como otras muchas veces a lo largo de su vida.
Cristóbal acato la orden, sabiendo que el envío de Leonor a Talavera conllevaría la peor de las condenas. Y no se equivocaba. Aún no había llegado la comitiva a Burgos, cuando un mensajero alcanzó a Cristóbal en el camino de regreso: Doña María había ordenador asesinar a Leonor y la matanza se había llevado a cabo. “El rey”, pensó Cristóbal “sabía lo que hacía. Ha eliminado a su peor rival al trono y todos creerán que fue el despecho de la reina madre ante la llegada de la amante de su esposo lo que llevó al trágico final”.
Pero jamás pensó que aquel inteligente paso del monarca pudiera ser seguido un acto de crueldad como el vivido en Burgos. Garci Laso de la Vega se había hecho fuerte en la ciudad y el monarca ordenó tomar la ciudad por las armas. Cristóbal, recién llegado de Talavera a Celada, dónde el rey había recibido al sobrino de Garci Laso, fue colocado al frente de los hombres y se lanzó a la conquista de la judería. A sangre y fuego atravesaron las murallas de la ciudad y se encaminaron hasta el gueto con el objetivo de asegurar la seguridad del rey a su llegada a la ciudad. La guerra se extendió por calles y callejones cuando los burgaleses, fieles a su señor, se enfrentaron a las tropas del rey. Cuando finalmente la judería estuvo en posesión de las tropas castellanas y Garci Laso apresado, don Pedro entró en la ciudad. Era sábado 21 de mayo de 1351 y el rey ordenaba llevar a Garci Laso hasta la casa que habitaría. Allí, reunido con Alburquerque, dictó sentencia y en la mañana del domingo 22 de mayo ejecutada.
Pocos fueron los hombres que pudieron seguir la ejecución sin apartar la mirada. Ninguna mujer o niño soportó la cruel justicia. Garci Laso de la Vega fue ejecutado en la plaza y su cuerpo tirado bajo los toros que aquel funesto día debían correrse en la fiesta burgalesa. El rey observaba extasiado el macabro espectáculo, y Juan de Alburqueque fijo su mirada en Cristóbal. No eran necesarias las palabras, ambos hombres habían visto crecer al monarca y conocían sus ataques de crueldad. Pero aquel 22 de mayo, los burgaleses descubrieron con horror el verdadero rostro del rey y, con los restos del Garci Laso adornando las murallas, el aviso se extendió a todas las ciudades, villas y castillos del reino. Don Pedro I no mostraría piedad con sus enemigos y hacía gala de su fuerza ante sus opositores.