Los padres de Cholo llegaron más tarde lo previsto y Navarro estuvo esperando su llegada hasta bien entrada la noche. Llamó a casa, para avisar a su mujer de que no iría a dormir; ella ya estaba acostumbrada a que el inspector pusiera el trabajo por delante de la familia, pero esta vez comprendió que no debía molestarse y que la muerte del joven afectaba a su marido más de lo normal.
Navarro recibió a los padres de Cholo en la escalera de acceso a la comisaria y los introdujo en una pequeña sala con sofás marrones y una vieja televisión que pocas veces se usaba y les pidió que esperasen mientras llamaban a su hijo. Los observó, intentando comprender porque el joven les tenía tanto miedo. Ella era una mujer relativamente joven para tener un hijo veinteañero, no aparentaba más de cuarenta años, llevaba una larga cabellera morena muy cuidada, que le caía en tirabuzones sobre el rostro, demasiado blanquecino y en el que destacaban los labios y pómulos operados. Debía haber sido muy guapa, pero después de las operaciones solo sus ojos resaltaban sobre un rostro excesivamente común. Vestía un traje negro ajustado y grandes tacones.
Su marido era bastante mayor que ella, quizás hubiera cumplido los sesenta, pero se mantenía en forma. Navarro sonrió pensando en la cantidad de parejas que había visto así: ellas operadas para intentar mantener una juventud que se escapaba con cada inyección de botox; y ellos cuidando su cuerpo para mantenerse atractivos para ellas. Pero en la mayor parte de los casos era el dinero que ellos poseían el mayor atractivo. Y en esta familia, parecía no cambiar mucho de su experiencia propia. Pero había algo más en él. Algo que no lograba descifrar y eso no le gustaba. Y cuando entró Cholo en la habitación sus sospechas aumentaron. El joven, cabizbajo, no miró ni una sola vez a su padre, se acercó a su madre y la tomó de la mano.
-Perdona -dijo excusandose- sé que no querías que viniera pero ¡todos iban a venir!
-Y ya has visto lo que ha pasado ¿no? Tu amigo está muerto -el joven apoyo la cabeza en el hombro de su madre y se echó a llorar mientras el padre continuaba su reprimenda- Cuando te digo que no me gusta que salgas con esa gente es por algo, es por tu bien. No por gusto. Es que no te convienen. Sabía que algún día pasaría algo así.
-¿Sabía que algún día moriría asesinado un amigo de su hijo?-Navarro intervino en la conversación.
-No es mi hijo -“Eso es”, pensó Navarro, “aquí está lo que no cuadra” – Y esos amigos suyos siempre estaban metiéndose en problemas. Con lo buen chico que eres…
La voz del hombre había cambiado, mostró ternura, quizá algo más, cuando acercó su mano al rostro de Cholo para secarle las lagrimas. Y fue entonces cuando el joven reaccionó. Levantó la cabeza y susurró un leve “perdona por mentirte” pero sus ojos decía mucho más que sus palabras. Navarro no podía creer lo que veía en ellos pues notó en la mirada del hombre pasión y locura, pero esa misma pasión la encontró en Cholo. Pero aquello no podía ser, era antinatural y aún así estaba seguro de ello. Dejó que los ánimos se calmaran y fue hablando con los padres de la situación y de que necesitaban de la presencia del joven en la ciudad para continuar la investigación. Durante la conversación observó cada gestos, cada mirada, cada leve inclinación de cabeza y, cuando la mujer pidió permiso para salir al servicio, preguntó:
-¿están liados, verdad?
Cholo miró a su padrastro y su rostro se tornó rojo de vergüenza. El hombre levantó los ojos, airado, y señalando con su dedo a Navarro le amenazó:
-Eso no tiene relevancia para el caso.
-Han matado a un chico, que resulta que es amigo de tu hijastro y ¿amante?- preguntó Navarro- todo tiene relevancia.