Cristóbal estaba en la calle, como tantos otros, esperando que el heredero fuese llevado a la Catedral. La noche antes había nacido el niño en el palacio episcopal y el obispo García Torres había realizado los preparativos para bautizarlo a la mañana. “Bien hecho” pensó Cristóbal “pues el niño no verá la luz de otro día”. Hombres y mujeres se agolpaban en la calle, esperando ver a su futuro rey camino del bautizo, y el soldado se mezclaba entre ellos con semblante serio, escrutando a cada hombre que le resultase sospechoso.
Desde que llegase a Burgos había recorrido todos los rincones de la ciudad, hablando con sus informadores: sacerdotes, ladrones, taberneros, trovadores y ricoshombres que le habían corroborado lo que ya sabía. El rey y la reina se mantenían separados, y aunque doña María esperaba que el embarazo le acercase de nuevo a la alcoba del monarca, éste prefería los brazos de doña Leonor de Guzmán. Cuatro hijos tenía ya la joven con el rey y guardaba deseos de coronar a uno de ellos si Alfonso no tenía legitima descendencia. Cristóbal había acudido a la casa de los Guzmán en la villa y había comprobado la excitación que existía en la residencia. Sabía que, como otros muchos, también allí rezaban por la muerte del niño. Castilla estaba abocada a la guerra, lo sabía y él mismo formaba parte de aquel juego de intereses. Sí bien fiel a los Borgoñas y cercano a Alfonso XI, mantenía tratos con Vasco Rodríguez, maestre de la Orden de Santiago y había logrado que éste accediese al rey ganándose su favor.
Aún así, el joven se mostraba receloso. Doña Leonor había mostrado su inteligencia, ganándose al rey con el poder que escondía entre sus piernas, moviendo los hilos necesarios para posicionar a sus hijos y Pedro Alfonso, con solo cuatro años, era ya el poderoso señor de Aguilar del Campo. El griterío le sacó de sus ensoñaciones. El rey con el príncipe en brazos, cabalgaba hacía la Catedral. La majestuosa iglesia abría sus puertas a un nuevo príncipe de la cristiandad, la nobleza esperaba ya en el interior y Cristóbal corrió a su posición, pasando junto los vecinos que se acercaban a la portada, para colarse por la puerta del sagrario, donde el deán Juan le esperaba para mostrarle el camino.
-¿Han venido los Nuñez de Guzmán?- preguntó con la puerta cerrándose a su espalda.
-Leono no está- dijo el deán mientras se encaminaban a una capilla lateral-. Ha tendió a bien no venir a la casa de Dios.
-Algo trama, estoy seguro, moverá sus hilos para lograr lo que se propone.
-No lo dudéis -Vasco Rodríguez entró en la pequeña capilla-. Aunque el rey parece haber entrado en razón. Vuestras palabras causaron cierto recelo en Alfonso, que desea que la dinastía Borgoña siga al frente de Castilla y ha decidido apartar al príncipe de la Corte. Ni Leonor ni los suyos, tendrán acceso a don Pedro -pues así se bautizaría al niño-. La reina doña María y el infante quedarán bajo mi protección y la de mi orden. Y, si la situación en Burgos se vuelve peligrosa para el heredero, marcharemos a Uclés. Nadie se atreverá a asaltar el castillo de Santiago. Ni siquiera Leonor.
-La mujer es poderosa- dijo el deán- y ha usado a sus hijos hábilmente. Los gemelos ya han sido separados y serán enviados a casas de grandes nobles. Si continua así doña María se encontrará sola.
-Y los deseos de su padre de lograr la separación no favorecen sus intereses -concluyó Cristóbal-. El nacimiento del infante no acerca la paz al reino, la aleja. Quiera Dios que Pedro sobreviva y otro Borgoña ascienda al trono. Alfonso se ha mostrado justo y ha logrado pacificar el reino, pero ahora otros muchos mueven hilos en su contra.