Hoy no escribo, estoy con el síndrome post-vacacional y no tengo ganas de nada y es que sólo pensar que estamos a primeros de año y que toca ser serio con los propósitos de Nochevieja me pongo malo. ¿No me creen? Pues tengo varios propósitos cada cual peor que el anterior:
El primero de ellos es perder peso, propósito casi obligado desde que tengo uso de razón pero que este año he de tomarme más en serio. Y eso conlleva comer menos, no ir a tanta cena con los amigos, hacer algo de ejercicio y convertirme en un sieso muerto de hambre. Pequeños sacrificios que todos debemos hacer: yo pasar hambre; mis amigos no contar con mi divina y oronda presencia en los fastos puntuales; y mis opositores –me niego a tener enemigos que no sean archienemigos- soportar lo peor de mi: ironía, sarcasmos o simples directas con modos poco apropiados para mi persona.
El segundo es recuperar la locura de mis letras y, con ello, mi divinidad. Y es que últimamente ando de capa caída. No es que este deprimido ni nada de eso, es más, soy ciertamente petrarquista, pero eso forma parte de mi propio humor. Pero es que es este, precisamente, el que me ha abandonado.
El tercero es reservar algo de tiempo para mí. Reposar la semana, si quieren, pues el ritmo de este último año no ha sido del todo correcto y al final, había días, que no podía con mi propio cuerpo o que tenía que dejar de lado compromisos que para mí eran muy importantes (como ver a los amigos)
El cuarto se enfrenta al tercero, pero es necesario: ponerme las pilas con mi tesis doctoral. Va siendo hora de llegar al final con ella y espero que la decisión tomada a finales del 2010 de buscar un co-director de tesis que saque el látigo de vez en cuando y me quite parte de ese tiempo que añoro para mí sea acertada.
El quinto es viajar, Nueva York sigue llamándome y espero que el tiempo y el dinero acompañen, pero sino siempre me quedará Carcassone, que tiene menos glamour que París pero no puedo dejar de visitar.
El sexto es meter la pata, al menos, una vez al mes, que eso le da vidilla a una vida que se carga de rutina. Esa rutina que necesito y aprecio pero, de vez en cuando, me saca de quicio.
Y el séptimo y último, no cumplir nada de lo anterior y dejar que la vida me lleve por los caminos que desee, que me sorprenda en cada esquina, en cada recodo. Que me permita disfrutar con alegría casi infantil ante lo desconocido, ante lo que viene. El pasado 2010 tuvo muchos de esos recodos y el global fue bastante positivo para mí, esperemos que este año también sea igual.
Como les decía, son tan duros estos propósitos que comencé proponiéndome no escribir y, al final, cumpliendo el séptimo propósito, dejé que mis dedos guiaran mis palabras.