Una de las películas que marcó mi adolescencia fue Braveheart. Una obra que encumbró a Mel Gibson en una cinta épica sobre la independencia de Escocia que escondía más mentiras que verdades históricas pero que, en ese momento, supuso para muchos el descubrimiento de una nación tan especial como brutal: la escocesa. Y en esa cinta hay un personaje que sale totalmente mal parado: el rey Robert de Bruce (o Roberto I de Escocia), al que se le pinta como un traidor a su reino y a los suyos frente a un William Wallace que es el héroe del pueblo.
Pero la realidad, una vez más, no tiene nada que ver con la ficción y el rey Robert (Bruce, en la película) está considerado el padre de Escocia, frente a un personaje que tiene tanto de leyenda que hay quienes dicen que se trataría de la misma regia persona, algo que está más que demostrado que no. Curiosamente, hoy, yo no voy a hablar de eso, ni tan siquiera de su vida (tenéis miles de biografías por las redes sobre este importantísimo personaje escocés). Lo que me interesa es su muerte, ya que su muerte trajo una de las historias más curiosas de Andalucía.

Robert I había mostrado un interés real por acudir a las cruzadas con el fin de expiar sus pecados durante la guerra contra Inglaterra, cuando siendo un simple conde, y tras la muerte de Alejandro III de Escocia, va a tratar de conseguir la supremacía sobre los otros dos aspirantes a la Corona, para lo que tuvo que aliarse con su enemigo. Más tarde, tras la muerte de Wallace, va a iniciar una conspiración contra Eduardo, con el apoyo de la iglesia, que inicialmente se había posicionado con el inglés. Descubierto por John Comyn, va a terminar asesinándolo quedando en cruce de caminos: o confesar al rey Eduardo I o enfrentarse al rey. Cosa que hizo y el resto es historia.
Sin embargo, no pudo cumplir su sueño de marchar a las cruzadas lo que llevó a sus aliados más fieles a cometer lo que se consideraba pecado: arrancar el corazón del rey y llevarlo hasta Tierra Santa. Para eso fue embalsamado y metido en un relicario pero, en vez de marchar hasta Jerusalen, fue enviado a Castilla, para apoyar al rey Alfonso XI en la guerra contra el reino nazarí de Granada.

Los ejércitos de Castilla tenían puesto el punto de mira en la ciudad mora de Teba, bien guarecida por en el actual Castillo de la Estrella. Estaba enclavado en la cima de una alta y empinada colina, fuertemente fortificado y dominando el llano y su río. Es entonces, cuando el monarca Alfonso XI convence a los escoceses de que la Guerra Santa también se estaba librando allí y que tenían la obligación moral de unirse a sus huestes y ayudar a conquistar la plaza antes de proseguir camino a Jerusalén.
Durante la batalla, sir James Douglas, uno de los lugartenientes de Robert, observó, sin conocer, una típica maniobra de los nazaríes: hacer como que huyen para lograr la desorganización en las tropas enemigas. Al ver que los adversarios se retiraban, Douglas optó por perseguirlos sin conocer que se trababa de una estrategia, cayendo muerto el 25 de agosto de 1330, pero, según el mito, antes de morir exclamó: «Adelante, bravo corazón (braveheart), donde tú vayas has de vencer, Douglas te seguirá o morirá”. (Es de aquí de dónde surge la teoría de que Robert I era el verdadero Braveheart).
El relicario fue capturado por los nazaríes en una batalla, pero el rey Muhammed I, al ser advertido de que contenía el corazón del rey de Escocia, decidió devolverlo a Alfonso XI, quien a su vez lo hizo devolver a su país natal, considerando que su último deseo había sido cumplido ya que el corazón del rey tocó suelo en Guerra Santa.
Tras el fracaso de Teba, la comitiva regresó con el cofre a Escocia y el corazón fue enterrado en la abadía de Melrose. En Teba existe actualmente un monumento que recuerda la gesta de los soldados de Douglas
